se comprende porque
siendo perfecto, sufría inestabilidades. Fruto de aquél desastre, surge el
universo en el que
habitamos. Uno de tipo tetradimensional y en continua fase expansiva. Como
faltan dimensiones de
las 10 originales, se inventan otro universo gemelo hexadimensional, que
por el contrario, se
contrajo, enrollándose en una infinitesimal bola. Para estos gurús de la ciencia
especulativa, entender
las condiciones extremas de aquel Bang, requiere echar mano a los tan
adorados agujeros
negros. Con su insondable sapiencia, saben que tales condiciones se dan dentro
de los negruzcos
agujeros, y ojito con decir lo contrario. No hay más decidido defensor de esas
singularidades que el
idolatrado Stephen Hawking, por lo que siguiendo sus fantasiosos argumentos,
se trata con la debida
reverencia su cosmología cuántica. En ésta, el universo entero se concibe
como una partícula
cuántica. Como, a raíz de la gran hecatombe, se disgregaron otras dimensiones
empotradas en un
universo diminuto; nos ofrecen una función de onda universal, describiendo
nuestro universo (con
función alta, por supuesto) y al resto (otros multiversos con función pequeña,
faltaría más). En la
génesis de tales multiversos, encontramos el ya visto hexadimensional junto
a otros, surgidos por
división del tetradimensional. Debemos esta especie de continua mitosis,
al físico Hugh
Everett. Aquí tenemos la tan cacareada idea de unos universos gemelos, donde
conseguimos lo que en
este no hemos logrado. El problema con esta atractiva sugerencia, es que
pone patas arriba los
fundamentos de la mecánica cuántica. Cualquier sistema físico se puede
concebir, como un
sistema cuántico descrito por una función de distribución de probabilidad. Al
producirse el colapso
de la función, se obtiene una medición con un valor definitivo. Esto es así,
para cualesquiera
sistemas físicos. ¿Qué ocurre al querer aplicar la mecánica cuántica al universo
en su totalidad? Pues
sencillamente, dentro de una interpretación probabilística, la función colapsa
produciendo una
ruptura en la dinámica de las ecuaciones cuánticas. Con esto, se renuncia a una
causalidad
determinística. Los sumos pontífices de la cosmología cuántica (Murray
Gell-Mann, Philip
Anderson, Stephen
Hawking, Steven Weinberg) han decretado por el contrario, que la aplicación
cosmológica es
completamente determinística. Como consecuencia, no admiten el colapso de la
función, optando por
una ontología expandida en un multiverso, consistente en múltiples mundos,
historias y mentes. La
solución de Everett, es en realidad una interpretación de mecánica cuántica,
no su aplicación en
sentido estricto.
El enfoque de Hawking
a la interpretación de Everett, es conectar los universos paralelos mediante
agujeros de gusano,
con tamaño aproximado a la longitud de Planck. Queda elegante el entramado,
pero sin constatación
alguna, como casi todo.
La función de onda del
universo según Hawking, permite un maridaje entre la postura más abarcadora
de la teoría de la
matriz S de Heisenberg y Geoffrey Chef, con el desarrollo de la función beta de
Euler de Veneziano y
Suzuki, que parió la teoría de cuerdas. El otro cónyuge, representa la postura
reduccionista de los
campos de Yang-Mills. Todo se sintetiza en una geometría de dimensiones
altas
(decadimensional) explicada desde la teoría de Kaluza-Klein.
Con todo este bagaje,
tienen el arrojo de dar por hecho que el universo está gobernado por la teoría
de cuerdas. Paso
siguiente, es la medición del tamaño del universo. Enfangados en una dicotomía
entre la realidad
experimental y las elucubraciones reduccionistas, tenemos dos modos de cuerdas.
Unas, están enrolladas
entorno a una dimensión circular (son las cuerdas pesadas); las otras, no lo
están (son las cuerdas
ligeras). Las primeras tienen una energía mínima proporcional al radio circular
R de la dimensión que
envuelven, teniendo las no enrolladas una energía proporcional al inverso
de R. Como energías y
distancias tienen una relación inversa, las cuerdas ligeras dan una medida
R en el cálculo de la
longitud del radio de una dimensión circular espacial. Las otras, 1/R. Así, con
este proceder de
indefiniciones definidas por interrelaciones y demás galimatías, se despachan
los
cosmólogos elegantes.
Concretando sus cálculos, y en base a otras tantas fantasiosas observaciones
astronómicas, nuestro
universo tiene un tamaño de unos 15 mil millones de años luz, o si se quiere,
unos 141.915 trillones
de kilómetros. Esto equivaldría en la identificación con los radios R y 1/R
vistos, a unos diez
millones de trillones de trillones de trillones de veces la longitud de Planck.
Algo
que no se queda ahí,
puesto que es axiomático que seguirá creciendo por la expansión del universo.
Lo que ya dudan, es si
ese crecimiento cósmico continuará ad infinitum o se frenará,
invirtiéndose
el proceso. Para salir
de tan corrosiva incertidumbre, centran su atención en la densidad media de
la materia del
universo. Su estudio, necesita de un valor crítico situado entorno a una
centésima